Extraído del libro del Cerebro del niño de Daniel J. Siegel & Tina Payne Bryson
Conecta y redirige: deslízate por las olas emocionales
Estrategia del cerebro pleno N.º 1
Una noche el hijo de Tina, de siete años, se presentó en el salón poco después de irse a la cama diciendo que no podía dormir.
Claramente alterado, explicó: «¡Estoy enfadado porque nunca me dejas una nota por la noche!».
Sorprendida de un estallido tan inusual, Tina contestó: «No sabía que querías que te la dejara».
En respuesta, el niño soltó toda una andanada de quejas: «¡Nunca me haces cosas bonitas, y estoy enfadado porque todavía faltan diez meses para mi cumpleaños, y no aguanto los deberes!».
¿Lógico? No.
¿Te suena de algo? Sí.
Todos los padres experimentan momentos en que sus hijos dicen cosas y se quejan en apariencia sin motivo alguno.
Un tropiezo así puede ser frustrante, sobre todo cuando creemos que nuestro hijo tiene ya edad suficiente para comportarse de una manera racional y mantener una conversación lógica.
Pero, de pronto, se altera por algo absurdo, y parece que por mucho que intentemos hacerlo entrar en razón, no hay nada que hacer.
Basándonos en nuestros conocimientos sobre los dos lados del cerebro, sabemos que el hijo de Tina experimentaba grandes oleadas de emociones del cerebro derecho sin el equilibrio lógico proporcionado por el cerebro izquierdo.
En un momento así, una de las respuestas menos eficaces que podía dar Tina era ponerse directamente a la defensiva («¡Claro que te hago cosas bonitas!») o discutir con su hijo para enseñarle su lógica defectuosa («No puedo hacer nada para que tu cumpleaños sea antes. En cuanto a los deberes, eso simplemente es algo que debes hacer»).
Esta clase de respuesta lógica, del cerebro izquierdo, chocaría con la pared poco receptiva del cerebro derecho y crearía un abismo entre los dos.
Al fin y al cabo, el cerebro izquierdo lógico del niño estaba en ese momento totalmente inactivo. Por consiguiente, si Tina hubiese respondido con el izquierdo, su hijo habría sentido que ella no lo entendía o que no le importaba lo que sentía.
Se hallaba inmerso en un aluvión emocional, no racional, del cerebro derecho, y una respuesta del cerebro izquierdo habría tenido todas las de perder.
Aunque habría sido casi automático (y muy tentador) preguntarle «Pero ¿de qué estás hablando?» u ordenarle que volviera a la cama de inmediato, Tina se contuvo.
En lugar de eso, empleó la técnica de conectar y redirigir.
Lo estrechó, le frotó la espalda y, con tono maternal, dijo: «A veces las cosas se ponen difíciles, ¿verdad que sí? Yo nunca te olvidaría. Siempre te tengo presente, y quiero que sepas en todo momento lo especial que eres para mí».
Lo abrazó mientras él le explicaba que a veces sentía que ella le hacía más caso a su hermano menor que a él, y que los deberes le ocupaban demasiado tiempo. Tina advirtió que su hijo se relajaba y ablandaba a medida que hablaba. Sentía que lo escuchaban y se preocupaban por él.
A continuación, Tina abordó brevemente los temas concretos que él había mencionado, ya que ahora estaba más receptivo para intentar solucionar los problemas y planificar, y acordaron seguir hablando por la mañana.
En momentos así, los padres se preguntan si su hijo realmente está necesitado o sólo intenta eludir irse a la cama.
Una educación inspirada en el cerebro pleno no conlleva dejarse manipular ni tiene por qué reforzar la mala conducta. Al contrario, si entendemos cómo funciona el cerebro de nuestros hijos, podemos conseguir su cooperación mucho antes y a menudo con menos dramatismo.
En este caso, al entender Tina lo que sucedía en el cerebro de su hijo, se dio cuenta de que la respuesta más eficaz era conectar con su cerebro derecho. Lo escuchó y consoló, usando su propio cerebro derecho, y en menos de cinco minutos él ya había vuelto a la cama.
Si, por el contrario, ella se hubiese puesto dura y le hubiese reñido por levantarse de la cama, empleando la lógica del cerebro izquierdo y la letra de la ley, los dos se habrían alterado cada vez más, y el niño habría necesitado mucho más de cinco minutos para calmarse y dormirse.
Lo importante de esto es que Tina respondió mostrando preocupación y afecto maternal. Aunque los problemas de su hijo a ella le parecieran tontos y quizá ilógicos, él sentía sinceramente que las cosas no eran justas y que sus quejas estaban justificadas.
Conectando con él, conectando su cerebro derecho con el cerebro derecho del niño, Tina pudo transmitirle que sintonizaba con sus sentimientos. Aun cuando el niño estuviera eludiendo irse a dormir, esta respuesta del cerebro derecho era el enfoque más eficaz, ya que no sólo permitió a Tina responder a la necesidad del niño de conectarse, sino también a redirigirlo a la cama antes.
En lugar de luchar contra las enormes olas del aluvión emocional, Tina se deslizó sobre ellas respondiendo a su cerebro derecho.
Esta anécdota señala una idea importante: cuando un niño está alterado, la lógica no suele surtir efecto hasta que hayamos respondido a las necesidades emocionales del cerebro derecho.
A esta conexión emocional la llamamos «sintonización», que es la forma de conectarnos profundamente con otra persona y permitir con ello que esa persona «se sienta sentida». Cuando un padre o una madre y su hijo sintonizan, experimentan la sensación de estar unidos.
El método empleado por Tina con su hijo se llama «conectar y redirigir», y para ello primero debemos ayudar a nuestros hijos a «sentirse sentidos» antes de intentar resolver los problemas o abordar la situación empleando la lógica.
He aquí cómo funciona:
Primer paso: conectar con el lado derecho
En nuestra sociedad, estamos acostumbrados a resolver los problemas usando las palabras y la lógica. Pero cuando tu hijo de cuatro años coge un berrinche porque no puede caminar por el techo imitando a Spiderman (como le pasó una vez al hijo de Tina), probablemente ése no será el mejor momento para darle una lección introductoria a las leyes de la física. O cuando tu hijo de once años se siente dolido porque parece que su hermana recibe un trato preferencial (como sentía a veces el hijo de Dan), la respuesta adecuada no es enseñarle una tarjeta donde has ido anotando el mismo número de reprimendas para cada uno de tus hijos.
En lugar de eso, podemos aprovechar estas oportunidades para comprender que en esos momentos la lógica no es nuestro principal vehículo para introducir cierta cordura en la conversación. (Esto parece lo contrario a la intuición, ¿verdad?)
También es esencial tener en cuenta que por mucho que los sentimientos de nuestro hijo nos parezcan frustrantes y absurdos, para él son reales e importantes.
Es fundamental tratarlos como tales en nuestra respuesta.
Durante la conversación de Tina con su hijo, al reconocer sus sentimientos, apeló al cerebro derecho de él.
También usó señales no verbales como el contacto físico, las expresiones faciales empáticas, un tono maternal, y lo escuchó sin juzgarlo.
En otras palabras, empleó su cerebro derecho para conectarse y comunicarse con el cerebro derecho de él.
Esta sintonía del lado derecho con el lado derecho contribuyó a equilibrar el cerebro del niño, o a alcanzar un estado más integrado.
Fue a partir de ese momento cuando ella pudo empezar a apelar al cerebro izquierdo de su hijo y abordar los puntos concretos que él había planteado.
Dicho de otro modo, ése fue el momento de dar el segundo paso, que ayuda a integrar el lado izquierdo y el derecho.
Segundo paso: redirigir con el lado izquierdo:
Después de responder con el lado derecho, Tina ya pudo redirigir con el izquierdo.
Pudo redirigir a su hijo explicando de una manera lógica lo mucho que se esforzaba para ser justa, prometiéndole que le dejaría una nota mientras dormía y trazando estrategias con él para su siguiente cumpleaños y para conseguir que los deberes fueran más divertidos. (Hablaron de ello en parte esa noche, pero sobre todo al día siguiente.)
En cuanto Tina hubo conectado su cerebro derecho con el cerebro derecho de su hijo, fue mucho más fácil conectar con su lado izquierdo y tratar los problemas de una manera racional.
Al conectar primero con el cerebro derecho de su hijo, Tina consiguió redirigir con el cerebro izquierdo mediante una explicación lógica y una planificación, obligando al hemisferio izquierdo del niño a sumarse a la conversación.
Este enfoque le permitió usar los dos lados de su cerebro de una manera coordinada e integrada.
No estamos diciendo que «conectar y redirigir» siempre dé resultado. Al fin y al cabo, a veces un niño ha ido tan lejos que ya no puede dar marcha atrás y las olas emocionales tienen que romper hasta que amaine el temporal. O puede que el niño sólo necesite comer algo o dormir. Cómo hizo Tina, quizá convenga esperar a que tu hijo se encuentre en un estado más integrado para hablar con él de una manera lógica sobre sus sentimientos y conductas.
Tampoco recomendamos la permisividad o alargar los límites sólo porque un niño no piensa lógicamente.
Las reglas relativas al respeto y la conducta no deben tirarse por la borda sólo porque el hemisferio izquierdo de un niño esté desconectado.
Por ejemplo, cualquier conducta que se considere inadecuada en la familia –faltar al respeto, hacer daño a alguien, tirar cosas– debe seguir considerándose prohibida incluso en los momentos de emociones intensas.
Puede que sea necesario interrumpir una conducta destructiva y apartar al niño de la situación antes de empezar a conectar y redirigir.
Pero pensamos que, usando el enfoque del cerebro pleno, en general conviene hablar de la mala conducta y sus consecuencias después de tranquilizar al niño, dado que en medio de un aluvión emocional no es fácil aprender lecciones.
Un niño estará mucho más receptivo cuando el cerebro izquierdo vuelva a activarse, y por lo tanto la disciplina será entonces mucho más eficaz.
Imagina que eres un socorrista: te acercarás nadando a tu hijo, lo rodearás con los brazos y lo ayudarás a volver a la orilla antes de decirle que la próxima vez no se aleje tanto.
La clave aquí es entender que cuando tu hijo se ahoga en un aluvión emocional del cerebro derecho, te harás un gran favor (y también se lo harás a tu hijo) si conectas antes de redirigir.
Este enfoque puede ser un salvavidas que ayude a tu hijo a mantener la cabeza a flote y que, además, impida que tú te hundas con él.
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